Derivaciones
Si a un niño le diagnostican una hidrocefalia, el tratamiento
dependerá de la edad del niño, la causa de la acumulación de líquido
cefalorraquídeo en el cerebro (si se debe a una obstrucción, una
sobreproducción u otro problema), y el estado de salud general del niño.
La colocación de derivaciones, que han sido el tratamiento estándar
durante décadas, implica implantar quirúrgicamente el final de un
catéter (un tubo flexible) dentro del ventrículo cerebral y el otro
extremo en la cavidad abdominal, las cámaras del corazón o el espacio
que rodea los pulmones, donde se drenará el líquido cefalorraquídeo para
que pueda ser absorbido por el torrente sanguíneo. Una válvula regulará
el flujo para evitar drenajes tanto excesivos como insuficientes.
Aunque este procedimiento suele ser eficaz en la hidrocefalia, las
probabilidades de fracaso y de complicaciones son elevadas. En torno al
30% de las derivaciones dejan de funcionar durante el primer año, y el
5% lo hacen durante cada uno de los años consecutivos, con la
consecuente reaparición de los síntomas. El niño tendrá que volver a ser
intervenido para corregirle el problema —bien sustituyéndole el
catéter, la válvula o toda la derivación. La mayoría de niños a quienes
les implantan derivaciones tienen que ser operados varias veces a lo
largo de su vida para solucionar los problemas que van surgiendo en la
derivación.
Las infeccione son otro de los efectos secundarios de las
derivaciones, y ocurren en un 5% a 10% de estas intervenciones. Los
niños desarrollan los típicos signos de infección, como fiebre y rigidez
de cuello, y pueden experimentar molestias en la zona del implante o
dolor de abdomen. La mayoría de los infecciones se desarrollan durante
los primeros meses posteriores a la colocación de la derivación y
requieren extraer temporalmente el dispositivo mientras el niño recibe
antibióticos por vía intravenosa durante un período de tiempo de hasta
dos semanas.
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